Un día decidí personificar todas aquellas sensaciones, estados de ánimo y aspectos varios de mi propia personalidad que me hacían evolucionar. No sé cómo sucedió exactamente, pero recuerdo una mañana concreta que un silbido me hizo saltar de la cama. Junto al despertador vi de pie a un individuo elegante, casi señorial, semejaba un antiguo mayordomo de película clásica. Ante mi sorpresa se presentó como Hábito. Por entonces, estuve un tanto asustado por aquella incómoda presencia, pero pronto logré acostumbrarme a él. Cuando lo necesitaba, allí aparecía, a mi lado, con sumo afán por tratar de resolver mis problemas.
Y os contaré un secreto: actualmente, Hábito domina mi vida. Él forma parte de mí. Desde hace un tiempo, me susurra lo que va a acontecer, cada día, cada instante. Y me produce plena satisfacción conocer de antemano lo que va a suceder. Es el genio de mi lámpara maravillosa. Hábito me aporta una sensación de tranquilidad. No me quita el sueño. Y permite que me organice con suma facilidad. En mi vida. En mi trabajo. Todo está bajo control.
Hábito me espera al despertar, como la primera vez, con su agenda de tareas, repitiéndome sin cesar las citas del día, los compromisos y los objetivos. Y Hábito se despide cada noche adelantándome algunos acontecimientos venideros. Hábito disfruta cuando contempla que mi vida avanza a buen ritmo y que vaya cosechando éxitos gracias a su ardua tarea diaria.
Aunque Hábito no funciona con plena independencia. Eso no lo supe hasta tiempo después, justo cuando apareció su inseparable compañero Cerebro. Un individuo reflexivo, de mirada experimentada, que sabe escuchar y sabe decidir. Cerebro suele aparecer en los momentos importantes, decisivos y tiene una visión de conjunto. Cerebro manda. Él es el jefe. Él conoce todos mis secretos. Mis gustos. Sueños. Virtudes. Aficiones. Objetivos y metas. Cerebro es todo lo que he sido, todo lo que soy y todo lo que me gustaría ser.
Cerebro tiene inteligencia y siempre está preparado. Él sabe que hay muchos caminos para conseguir un solo objetivo. Pero será Cerebro el que decida cuál es el mejor camino para emprender la marcha.
La relación entre Hábito y Cerebro es excelente. Hábito es el carburante perfecto para Cerebro. Un combustible que permite a Cerebro ocuparse de otros asuntos, ya que confía plenamente en el criterio de Hábito. Ambos conforman una pareja ideal. De orden y de corrección. A veces, mi día a día, es como un programa informático que funciona sin necesidad de instrucción alguna. Tan sólo alguna actualización, de vez en cuando; mientras tanto, Hábito y Cerebro se ocupan de todo lo demás. Así es como mi vida funciona a la perfección. Es la historia que quiero compartir con todos vosotros, pero aún os contaré algo más. Un nuevo personaje que ha cambiado este remanso de paz, de avance controlado, de progreso uniforme. Su nombre es Cambio.
Su presencia no es novedosa. Ya ha aparecido otras veces en mi vida, aunque su irrupción siempre me produce cierta inquietud. Un tipo nervioso, que habla rápido, a ráfagas, del que no sabes bien si está en lo cierto. O exagera. O miente. Con ideas increíbles. Y que sorprenden. A Hábito sobre todo. Muchos consideráis que son opuestos. Hábito y Cambio. Cambio y Hábito. Pero en realidad no lo son, con el tiempo pueden ser compañeros, colaboradores, amigos… ver trabajar codo con codo a Cambio y a Hábito da gusto. Es todo un placer. Contemplar cómo se trabajan tu propio futuro. Tan distintos ambos, pero con el único objetivo de conseguir acertar con tu porvenir.
A Cambio se le reconoce por su aspecto: sin duda, no pasa desapercibido, le gusta llamar la atención, suele tratar de romper con los cánones establecidos. Su discurso sorprende. Va más allá de lo que podría pensar Cerebro y contradice muchas veces la tónica habitual impuesta por Hábito. Además, Cambio es insistente, aparece con habitual reclamo, pero no siempre Cerebro le escucha. Normalmente, es inevitable que llegue el momento de atender a sus demandas. Cambio es el resultado de nuevos tiempos, nuevos retos, nuevos objetivos. Su irrupción conlleva la ruptura con la rutina. Cambio entiende bien la realidad circundante. Cambio sabe lo que pasa en la calle, en otras personas, en otras empresas, en otros países, en otras culturas. Cambio sigue las ideas innovadoras y persigue el talento, busca el éxito a través de una observación, una idea…sabe de progreso, de futuro, de emprendimiento. Arriesga. Y sabe perder, aunque siempre su objetivo primordial sea triunfar. Ganar. A Cambio le irrita observar un Hábito que no ve más allá de sus narices, de su agenda milimétrica, de su rutina…Cambio irrumpe para producir unas profundas transformaciones en la automatización impuesta por Hábito. Y administrada por Cerebro. ‘¿Para qué cambiar?’, le pregunta Hábito a Cambio. ‘Para evolucionar’, responde Cambio.
Los tiempos cambian. Las necesidades de la empresa requieren de una transformación con tal de evitar que la competencia se adapte mejor al cambio. Los clientes demandan un viraje en sus exigencias, el mercado fluctúa de un modo diferente, surgen tiempos confusos pero llenos de oportunidades: en la incertidumbre es donde Cambio sabe encontrar el camino para adelantarse a la competencia, siempre con el consentimiento de Cerebro, por supuesto. Cambio está enamorado de Progreso. Siempre en su búsqueda. Progreso es la mejor apuesta. A Cambio le gusta tanto que, a veces, le ciega. Su ambición por un plan radical puede acarrear emprender un camino erróneo. E invocar al peligroso Caos. O conseguir una fulgurante aparición del mítico y legendario Éxito.
En el debate sobre mi propio futuro, Cambio da las pautas; Hábito toma nota y traza un plan en su agenda detallada; mientras, Cerebro analiza todos y cada uno de los aspectos que tanto Cambio como Hábito aportan para emprender un nuevo camino.
Los tres conforman la máquina del porvenir. Una poderosa estructura que transformará mi propio futuro. Que trabaja con cautela, asimilando las aportaciones de Cambio. Sus ideas. Sus inquietudes. Advertencias de riesgos. Observaciones. Tentadores Objetivos. Su plan.
Hábito escucha. En silencio. Anota todos los aspectos del plan de Cambio. Cuestiona, encaja, obedece, contradice, advierte, sugiere. Hábito facilita la transición tras la marcha de Cambio. Traza su propio plan a largo plazo. Con sus propias pautas. Una adaptación a la realidad futura tras todas las transformaciones que sugiere Cambio. Será la futura rutina, el nuevo programa informático que sustituirá al ya obsoleto programa que gestionaba la vida durante los últimos años. La nueva automatización del día a día.
Cerebro escucha a ambos. Y decide si llevar a cabo el plan en su totalidad; o bien, se decide por algún aspecto en concreto; o tal vez, prefiere postergar el asunto para más adelante. O considerar que ya se llega tarde. Cerebro decide. Sobre él cae el peso de toda la exposición de motivos de sus dos compañeros. Tras los argumentos de Hábito y Cambio, Cerebro toma la decisión. Y se encarga de exponer las directrices que marcarán la nueva época. Asimilar y aceptar todas las novedades. Algo que puede suponer una actividad más proactiva, dejar atrás viejas rutinas y ponerse a trabajar a fondo.
Quizá cause cierto pavor tanta transformación, pero no habrá más oportunidades, pues cuando el Cambio irrumpe, no vuelve a aparecer de igual manera. Cambio tiene muchos rostros y no siempre nos tiene que beneficiar. Él va y viene. Sus propuestas transformadoras volverán. A veces, te preguntas qué sucede cuando no prestas atención a Cambio. Cuando decides no abrirle la puerta. Cuando ni siquiera lo intentas: sabes que puedes acabar estancado de la mano de Hábito. La rutina inquebrantable no es aconsejable. Perder oportunidades, tampoco.
Así fue como llegó un día en que decidí, por fin, dejar de personificar todas aquellas sensaciones, estados de ánimo y aspectos varios de mi propia personalidad que me hacían evolucionar. No sé cómo sucedió exactamente, pero recuerdo una mañana concreta que dormí profundamente, sin que nada me alterase en toda la noche. Mi mente quiso descansar hasta que sonó el despertador. Fue entonces cuando comprendí que, a partir de entonces, sería capaz de construir por mí mismo mi propio porvenir sin caer en el caos.
Jose Enrique García, Director General de Equipo Humano.
Vía El Mundo.