Durante las vacaciones me gusta pararme a reflexionar sobre todo aquello en lo que no puedo pensar el resto del año. Se trata de curiosidad. Y de compartirla con los demás. Todo sucedió durante una comida con empresarios jubilados. Quería poner encima de la mesa un concepto que nos unía a todos: empresa familiar.
Con un tema así, decidimos hablar sin prisas. Por el placer de hablar y de contar experiencias personales. Y sí, por supuesto, también de nuestras respectivas experiencias profesionales.
Empresa familiar. Un concepto que, en la actualidad, muchos tratan de denigrar, cuando la verdad es como todas las demás verdades: tiene sus cosas malas, sí, pero también muchas otras cosas buenas. Y otras que no son ni buenas ni malas. Circunstanciales. Tecnológicas. Diversificación de sectores. Nuevas especialidades. Nuevas oportunidades. Crisis.
Mi experiencia con la empresa familiar viene de siempre. He vivido en primera persona una época empresarial muy diferente a la actual. Mi padre tuvo varios establecimientos de restauración de renombre en Valencia. Y la filosofía que por entonces se tenía era la llamada cultura del esfuerzo.
Todo sale adelante aplicando una frase muy repetida y que todos destacaron durante la comida con empresarios familiares: “trabajar, trabajar y trabajar”. Y “hacer las cosas diferente” a como se hacían entonces. Es decir, innovar.
Como hijo, para mí la experiencia tenía algo de diversión y también de estrés. Con 14 años ya empecé a ayudar a mi padre. Y podía acompañarlo al Mercado Central a comprar pescado o bien pasarme horas y horas fregando platos. Sin dejar atrás los estudios. Pues también era habitual escuchar esta otra frase: “sin estudios no podrás hacer nada en tu vida”.
Con el tiempo empiezas a fijarte en otros aspectos de la empresa familiar. Contemplas a otras empresas como la de tu familia. Algunas de ellas desaparecen y empiezas a preguntarte porqué ellos desaparecen y tú continúas.
Y reflexionaba y analizaba datos para comprobar causas y efectos. Y todavía hoy en día sigo analizando las empresas, los sectores, los organigramas, y a todos y cada uno de los trabajadores de las diferentes empresas. El micro y el macromundo empresarial.
Y es precisamente esta inquietud la que me llevó a reunir durante una comida a empresarios que fueron compañeros de mi padre de sectores tan diversos como la alimentación, la restauración, la industria metal-mecánica, textil o transporte. Necesitaba respuestas. De su propia experiencia. Y de cómo veían el futuro. Quería respuestas a preguntas como:
- ¿Qué pensaban sobre la sucesión en sus respectivas empresas?
- ¿Sus hijos lo habían llevado bien?
- ¿Tomaron la decisión adecuada al seguir al mando de su empresa?
- ¿Cómo lograron mejorar la empresa?
- ¿Qué pensaban de las nuevas generaciones que estaban apareciendo en las empresas?
Como resumen de la experiencia, la mayoría coincidieron en destacar la importancia de “haber empezado desde abajo”. Sus hijos vivieron una situación que también a mí me tocó vivir. Para dirigir una empresa era necesario conocer el negocio desde dentro. Y sin dejar los estudios. Había que compaginar ambos.
También se habló de lloros. De algo que me confesaron como “gestión de lloros”. Es decir, cuando todo va bien, no hay problemas. Pero si las cosas empiezan a flojear, hay que ser valiente y contar lo que sucede, sin tapujos, gestionar así esos “lloros” que ocasiona la situación y, sin duda, buscar soluciones a corto y largo plazo.
Y la educación. Fundamental para todos. Y no se referían tanto a la educación que se imparte en centros educativos como a la que se practica durante el día a día. De la propia familia. Esos valores tan importantes en cualquier lugar.
Así que hablamos de respeto y de sacrificio. Y de saber compartir los logros de la empresa, claro que sí, pero también saber afrontar los problemas, que no son pocos ni vienen por separado.
A nosotros, los hijos de empresarios, se nos tachaba de ambiciosos «desmedidos», pero había que insistir más sobre otro tipo de ambición, pero con medida y aplicada al conjunto de la empresa y no a uno mismo. Todos destacamos la importancia de esa sabiduría transmitida, la voz de la experiencia, todo aquello que el tiempo no acaba enterrando por obsoleto.
Sin duda, un punto importante, donde muchos otros sucesores cayeron antes, fue en el hecho del despilfarro, de verse con dinero para hacer casi lo que uno quería y que para muchos fue el motivo del ocaso. De ahí la importancia de valorar lo que cuestan las cosas de conseguir.
Y de tratar de invertir en la propia empresa. E importante después de pasar muchas crisis era no dejarse llevar por las burbujas económicas, había de seguirse una línea de actuación. E invertir, sí, pero no en cualquier cosa.
En algún momento de nuestra charla surgió la palabra. Talento. Un concepto que creó cierta controversia. Pues cuando ellos capitaneaban el barco no supieron valorar convenientemente las bondades que ese barco ofrecía. Es decir, no fueron capaces de vender las ventajas de trabajar en una empresa familiar.
Por ejemplo, “nunca te faltará el trabajo en una empresa familiar y si te haces valer, serás reconocido de una u otra forma”. Esta frase tenía mucha fuerza hace unas décadas. Ahora hay otros valores. Se considera que en una empresa familiar no puedes crecer. Se piensa que este tipo de empresas están poco profesionalizados. Se ve como un estereotipo del pasado.
Hablar sin tapujos. Y contar su propia experiencia. Empresarios jubilados que rememoran el pasado y contemplan, a veces con asombro, el presente y el futuro. Les pedí a todos ellos que pusieran un titular a este artículo, pero dejaron el reto en tus manos:
¿Qué nombre le pondrías tú a este artículo?
Puedes dejar tu propuesta en los comentarios.
Jose Enrique Garcia, Director General de Equipo Humano.