Lidera-té. El vacío de la taza de té (una fábula sobre liderazgo)

Lidera-té. El vacío de la taza de té (una fábula sobre liderazgo)

Con un mar de dudas en mi cabeza que nadie, hasta el momento, me ha sabido resolver, camino hacia la cueva del “hombre sin forma”, donde espero obtener respuestas. Estoy tan cargado de preguntas sobre el liderazgo que se me hace imposible seguir avanzando. El sendero se hace duro y no lo puedo disfrutar. El paisaje parece paradisiaco, pero mis preocupaciones no me permiten concentrarme en otra cosa. A medida que me acerco a mi destino, siento el ambiente más tenebroso, pero tampoco logro observarlo con detenimiento, tengo demasiadas preocupaciones. Y, cuanto más cerca estoy, más dudas vienen a mi mente: “¿realmente en esa misteriosa cueva estará el famoso “hombre sin forma”? Muchos hablan de él, de todo lo que les ha hecho lograr, pero… ¿de verdad existe? Y si existe, ¿podrá resolver todos mis problemas?

Por fin he llegado. Estoy ante la cueva y un escalofrío recorre todo mi cuerpo. ¿Será cierto todo lo que dicen sobre que en ella habita un hombre sin forma que ayuda a la gente? ¿Cobrará mucho por sus servicios? Harto de tanta duda, me digo a mí mismo: “Bueno, qué importa, soy el director de la empresa, puedo hacer lo que quiero sin rendir cuentas a nadie”.

– ¿Hola?, ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? – Todo está demasiado oscuro – ¿Alguien me puede ayudar? ¿Hola? ¿Es esta la cueva del que llaman “el hombre sin forma”?

Lo único que oigo es mi propio eco. El sonido se pierde a lo lejos. Continuaré un poco más allá:

– ¿Hola, hay alguien ahí?

– ¡Tú estás aquí!

No hay luz, no veo nada, siento la voz muy cerca pero a la vez muy lejos de mí, es una sensación extraña…

– ¿De dónde viene esa voz? No te veo, todo está muy oscuro…

– No puedes verme, no tengo forma

– ¿Dónde estás?

– ¡Estoy contigo!

Creo que he dado con él:

– ¿Eres “el hombre sin forma”?

– ¿Quién eres tú?

– Soy Iván, Director General de mi empresa.

– ¿A qué has venido?

– La verdad es que no sé  por dónde empezar. Necesito ayuda. Mi empresa va mal, pierde dinero y la situación financiera es insostenible.

Siento un escalofrío aún más fuerte en mi cuerpo y se produce un incómodo silencio, hasta que el hombre sin forma comenta:

– Marcha por dónde has venido, no puedo ofrecerte dinero. Te has equivocado de lugar.

– ¡Oh no, espera! No me has entendido bien, yo no vengo a pedirte dinero. El dinero no es la principal causa. Es que, bueno, yo… Me esfuerzo en darlo todo, en planificar, organizar, controlar, les digo a mis empleados lo que tienen que hacer y cómo, y en qué plazo, y lo importante que es para la empresa que lo hagan bien. Les digo que su sueldo va en ello y que tienen que trabajar más y mejor. Todos me contestan: “sí, Señor Director”, pero cada uno va a la suya, hacen lo justo y trabajan sin alegría. El trabajo es una carga para ellos. ¡Después de todo lo que les doy! ¡Y con el sueldo que cobran! ¿Cómo hacer para que me hagan caso? ¿Cómo convencerles de que la empresa es lo primero? ¿Cómo hacerles entender que si no lo hacen bien no hay beneficios, y sin beneficios, no hay aumento de sueldo? Les hablo y les hablo y lo único que obtengo es indiferencia.

– ¿Te gusta el té?

Me quedo atónito con la reacción del famoso hombre sin forma y le digo:

– ¿Qué si me gusta el té? No he venido aquí para tomar té. Te cuento todos mis problemas, me sincero contigo y tú ¡ni me escuchas! ¡Quiero una solución ya!

– Mmmh, una solución… ¿Te gusta el té?

– ¡Vamos! ¿Qué broma es ésta? ¿Pretendes reírte de mí? No quiero té, sino que me ayudes. ¿Es que no lo entiendes? Creo que… ¡¡no sé dirigir!!

– Entonces no te llames a ti mismo Director… El director que no sabía dirigir ¡Je, je!, interesante, muy interesante…

– No te rías de mí, ¡ayúdame por favor!

– ¿Cómo voy a ayudarte si no me escuchas?

– Está bien. ¿Qué debo hacer?

– Debes tomar té y tus problemas desaparecerán.

No me lo puedo creer, ¡no me ayuda en nada!

– Pero si tomo té todos los días. Mi empresa cada vez tiene más problemas ¿y me dices que tome té?

– Lo ves, no escuchas…

– Está bien, está bien, te escucho. Pero ya tomo té todos los días.

– Y cuando lo tomas, ¿en qué piensas?

– Pues en todos los problemas que me quedan por resolver y que cada día, en lugar de solucionarlos, me surgen más. Pienso en todo aquello que debo decir a los empleados, a los proveedores, a los clientes. Pienso en mil maneras de poder llegar más a ellos, que me entiendan, que hagan lo que les pido y que comprendan el significado que tiene el trabajo que todos hacemos para mi empresa.

– Mmmh! Un hombre cuya mente no está donde él está. ¡Menudo disparate!

– ¿Cómo? No entiendo nada, empiezo a pensar que no ha sido buena idea venir hasta aquí.

– ¡Escucha! Mientras tomas tu taza de té, ¿te has parado alguna vez a disfrutar ese momento, a mirar la taza, a observarte a ti, a saborear el té?

– ¿Para qué? ¡Tengo muchos problemas en los que pensar, no puedo perder un segundo!

– A partir de ahora beberás té observando el acto de tomar té. ¡Contempla todo lo que acontece en ese instante! ¡Recuerda, ese instante! Vuelve dentro de un mes.

– Pero… ¿qué dices? ¿Ésa es tu ayuda? ¿Qué pretendes? ¿Me tomas por necio? ¿Estás ahí?

El sonido vuelve a perderse en el vacío. Retrocedo sobre mis pasos y la oscuridad se va convirtiendo en luz cegadora que molesta a mis ojos. Debo acostumbrarme de nuevo a la luz. Me siento un poco aturdido. “Tomar una taza de té cada día, durante treinta días”. Una receta de locos. ¿Cómo puede pensar que así se van a resolver todos los problemas que tengo? Tengo la sensación de que no ha aclarado ni una sola de mis dudas, pero bueno, no tengo nada que perder. Contemplaré ese instante tal y como me ha dicho el hombre sin forma.

 

Treinta tazas de té después…

– Hombre sin forma, estoy aquí, he vuelto, ¿me recuerdas? Soy Iván, el que no sabe dirigir.

– ¿A qué has venido?

– Pues en realidad no lo sé. Me dijiste que viniera pasado un mes, pero que abuses de mi credulidad por segunda vez no me hace ninguna gracia. La empresa va peor, los empleados están tensos y preocupados, y no me ayudan. Hacen lo justo y se van a sus casas. No me has solucionado nada. Tu té sirve de bien poco.

– Dime, ¿has contemplado el instante de tomar una taza de té?

– Sí, lo he hecho. He hecho todo tal y como tú me explicaste, he intentado contemplar y recordar el instante de tomar té.

– ¿Y bien?

– El té estaba caliente… y desprendía vapor.

– ¿Y tus problemas? ¿Dónde estaban tus problemas? ¿Dónde estaban tus pensamientos sobre lo que tenías que hacer o decir a tus empleados?

– La verdad es que en ese momento no estaban. Sólo estábamos la taza de té y yo.

– ¿Dónde estabas tú?

– ¿Yo? Pues… ante la taza de té.

– ¿Y el té? ¿Dónde estaba el té?

– Primero en la tetera

– ¿Y qué hacías?

– Vertía el té sobre la taza vacía

– ¿La taza estaba vacía?

– Pues claro, ¿de qué otro modo podía verter el té si primero la taza no estaba vacía?

– ¿Qué hacías luego?

– ¿Luego? Pues… saboreaba el té. Había días que lo encontraba dulce y le añadía algo de agua. Otros días estaba amargo y le añadía azúcar. Otros días estaba en su punto y me lo tomaba tal cual. Cada día un sabor y a cada sabor una acción.

– ¿Y después?

– Tal y como tú me dijiste, me observaba a mí y a la taza

– ¿Qué veías?

– No sé… me sentía bien. El tiempo transcurría a una velocidad natural, ni lento ni rápido. La taza se iba vaciando sorbo tras sorbo, y se quedaba lista para el siguiente día. El té estaba bueno y me saciaba. La verdad es que ya no sé si saboreaba el té o el momento…

– ¡Oh, muy interesante! ¡El director que no sabía dirigir dirigiéndose a sí mismo hacia el momento presente!… Iván, háblame sobre la taza, dime, ¿una taza de té dónde tiene su beneficio?

– En el té mismo, con su aroma, su sabor, su calor.

– ¿Y dónde radica su utilidad?

– En su vacío. Si la taza de té no está vacía no puede ser útil. ¿Si no, cómo podría contener el té y servir de algo? ¿Cómo podría conservar el propio té su sabor pleno tal y como llegaba de la tetera?

– ¡Espléndido señor director!, puede volver a su empresa.

Me quedo muy sorprendido, con la sensación de no haber aprendido nada nuevo todavía:

– ¿Cómo? ¡Aún no me has ayudado a resolver mis preguntas! ¿Cómo puedo dirigir correctamente?

– ¡Quédate vacío como una taza de té! Rompe tus prejuicios, tus ideas, tus esquemas y modelos, tus conceptos sobre cómo dirigir. ¡Vacíate! Deja de hablar y hablar a tus empleados imponiéndoles soluciones, de pensar y pensar. ¡Vacíate! Escucha a tus empleados, atiende a sus problemas, obsérvales, contémplales. Esto es muy importante porque, ¿cómo les vas ser útil y beneficioso si no te vacías primero? ¿Cómo pretendes que viertan sobre ti su té, si estás lleno hasta el borde de ideas preconcebidas, de obsesiones sobre la empresa, de obsesiones sobre ti mismo. ¡Deja de mirarte el ombligo! ¡La empresa sois todos! Vacíate y ellos verterán su té sobre ti. ¡El beneficio está en el té de tus empleados! ¡Y la utilidad en tu vacío!

– Quieres decir que les escuche, les conozca y les entienda. Que comprenda cómo son y que de esa manera podré unirlo todo en una sola fuerza, en un solo té, en una sola dirección, ¿no? Creo que lo voy entendiendo pero, son muchos, ¿cómo escuchar a todos, cómo aunar sus fuerzas? Cada persona es un mundo, y además la gente no se comporta igual cada día, ni tampoco se siente igual.

– ¡Cada día un sabor y a cada sabor una acción! ¡Disfruta del té, sorbo a sorbo, para volver a vaciar la taza y dejarla lista para el siguiente día!

– ¡Oh, entiendo, ahora lo veo con claridad! ¿Cómo agradecer tu ayuda? ¿Cómo recompensarte?

– Dale las gracias a tu taza de té  y tomemos una juntos.

 

José Enrique García

Director General en Equipo Humano

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